Monólogo

Sigamos la ruta de los pactos buenos

Si hay una fecha que los nicaragüenses deberíamos rescatar es el 12 de septiembre. Ese día en 1856, en la esquina sur oeste de lo que ahora es el edificio de la Alcaldía de León, aconteció un evento de trascendental importancia para nuestra historia. Ahí se dieron cita el general Tomás Martínez y Máximo Jerez. Los acompañaban los generales Mariano Paredes y Ramón Belloso de Guatemala y El Salvador, respectivamente. Martínez, además de Conservador era militar. Jerez, el fundador del liberalismo en Nicaragua.

El destino no pudo poner en esa escena a dos figuras más antagónicas. Eran enemigos a muerte. Jerez mantuvo sitiada Granada por ocho meses, causando gran daño a los conservadores. Martínez mantenía el liderazgo militar en la guerra civil de esa época. La razón de la reunión fue que la historia los retaba a enfrentar juntos un mal peor que la guerra civil: al filibustero William Walker que gobernaba tiránicamente a Nicaragua. Cuando todo indicaba que no se pondrían de acuerdo y los generales centroamericanos, que actuaban de garantes, estaban empacando sus cosas, anunciaron que habían llegado a un acuerdo.

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El acuerdo le dio la supremacía militar a Martínez y básicamente desconoció la autoridad de Nicasio del Castillo, jefe de Martínez, que ansioso esperaba en Matagalpa el resultado de la negociación. Cuenta la historia que pasando por Metapa –donde una década después nacería Rubén Darío–, el general Martínez se cayó del caballo. Entonces mandó a Vicente Cuadra a entregar el acuerdo.

Buena elección hizo Martínez, ya que Cuadra era de intachable reputación y de apacible carácter. Cómo sería, que se le conoce como el honesto, porque años después, cuando fue electo presidente, pagaba con dinero propio las candelas del palacio de gobierno, para no incrementar el gasto del fisco.

Pacto providencial

Pero volviendo al acuerdo, del Castillo, en público y con el documento en mano, acusó a Martínez de traidor y prometió que en cuanto lo volviera a ver lo fusilaría. Providencial fue la caída del caballo, al menos para Martínez, ya que lo salvó de terminar pasconeado a balazos. ¿Será que en realidad se cayó? Porque a un general no se le baja así nomás de un caballo.

El acuerdo titulado “Pacto de los Partidos”, posteriormente fue conocido como “Pacto Providencial”, porque fue inspirado por la Divina Providencia. Efectivamente, dos días después de su firma, se ganó la batalla de San Jacinto, que fue un punto de inflexión en la Guerra Nacional.

Ese pacto, antes que la palabra adquiriera la mala connotación que tiene ahora, era en nuestra historia, uno de los pocos ejemplos del desprendimiento de intereses, odios y rencillas partidarias, que tanto daño le han causado a nuestra querida Nicaragua.

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Ante la amenaza de un mal mayor, este pacto garantizó la unión necesaria para acabar con la tiranía. Se depusieron odios que meses antes eran irreconciliables. Y más aún, después de lograr la victoria, Martínez y Jerez dirigieron juntos el país en lo que se llamó el gobierno Chachagua (gemelos o juntos en náhuatl). Este gobierno, aunque breve, fue fundamental para establecer la paz.

¿Cómo pudieron ambos contrincantes convivir y gobernar juntos? Hubo una bisagra, un eslabón que lo permitió. Ese rol lo desempeñó un hombre que ha quedado casi olvidado en la historia: el doctor Rosalío Cortéz. Él fue el responsable de juntar a dos fuerzas antagónicas y hacerlas entrar en razón para que pusieran a Nicaragua primero.

La UNO fue otro eslabón

Según Jerónimo Pérez, un historiador que vivió en la época: “Cortéz debía ser conservador con Martínez, liberal con Jerez, nicaragüense con ambos. Con talento pudo calmar a uno y persuadir al otro”. Y así Rosalío Cortéz evitó que Nicaragua cayera en otra guerra civil.

La conformación de la Unión Nacional Opositora (UNO) en 1989, fue otro ejemplo de pacto providencial. Frente a las peores condiciones posibles, se depusieron intereses para organizarse. Al igual que Cortéz, la UNO sirvió de eslabón, de bisagra para agrupar a una oposición fragmentada e ideológicamente dividida.

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Hubo detractores, como Fernando Agüero, que decidió ir solo a las elecciones porque la UNO era “un arroz con mango”. Se quedó solo don Fernando, en su pedestal, con su sonora voz y con menos del 1 por ciento de los votos. Es una lástima que la UNO haya sido una bisagra desechable, anulada por los cuchillos que algunos de sus miembros sacaran después. Pero este es otro cuento.

Traigo a colación estos apuntes de nuestra historia, por lo que nos está pasando a los opositores en este momento. A la Alianza Cívica como organización negociadora que es y será, le corresponde ser ese eslabón. Esa bisagra que hable con todo el mundo. Por representar a amplios sectores, podemos hablar, tal como lo hacía el doctor Cortéz: como liberales a los liberales, como conservadores a los conservadores y como nicaragüenses a todos, incluidos los sin partido. Quien no entienda eso, no conoce la naturaleza ni la vocación de la Alianza Cívica.

El camino a la unidad

Hace algunos meses dijimos que para consolidar la unidad era necesario acabar con los Pedrarias, los Somozas y los Ortegas. Pero para hacerlo y si queremos que esto funcione, igualmente tenemos que dejar atrás a fusiladores e intransigentes como Nicasio del Castillo. También a los endiosados y arrogantes como Agüero.

Además, tenemos que vencer dos soberbias, la de la tiranía y la de nosotros mismos. No vamos a llegar a la unidad por otra vía que no sea la de la humildad. Tampoco podemos ignorar la importancia del rol de esos eslabones y bisagras de unidad, que son muchas veces incomprendidos y casi siempre atacados.

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Siguiendo la analogía de la carreta y los bueyes, ese eslabón o bisagra es el equivalente al carretonero que con su vara va sobando el lomo del buey más adelantado o que puya gentilmente al que va jadeando hacia el borde del camino. Para que la carreta siga caminando, los bueyes tienen que ir chachagua, es decir juntos andando el camino.

Y para que esa carreta llamada Nicaragua camine hacia el triunfo sobre la dictadura, debemos empujarla todos juntos. Cada uno desde su posición aportando lo que le corresponde, para garantizar que llegue a ese destino que todos queremos. Una Nicaragua en democracia con justicia, institucionalidad y libertad, en la que haya oportunidades para todos. Y en la que todos podamos vivir en paz.

Texto original en el blog: https://juansebastian.ch/

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Juan Sebastián Chamorro

Soy director ejecutivo de la Alianza Cívica por Justicia y la Democracia. Del 2014 al 2019 dirigí Funides. También fui director de la Cuenta Reto del Milenio en Nicaragua. Tengo una licenciatura en economía de la Universidad de San Francisco, un máster en economía de la Universidad de Georgetown y un doctorado en economía por la Universidad de Wisconsin, Madison.

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