Monólogo

El refugio de los momentos felices»

El refugio de los momentos felices

Foto: Génesis Hernández Núñez

Génesis Hernández Núñez

@gemihenu

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Hay semanas en las que suceden tantas cosas malas o preocupantes, que al final de una jornada agotadora lo peor es darse cuenta de que todavía queda camino por recorrer.

Hay una cuenta en Twitter que cada miércoles publica una imagen que grafica ese sentimiento. Es una captura de pantalla de un capítulo de Tintín donde el Capitán Haddock, visiblemente agobiado, dice: “qué semana” y Tintín le responde: “capitán, es miércoles”. La cuenta tiene más de 116 mil seguidores, lo que puede significar que hay mucha gente identificada con esa escena.

Hay semanas en las que uno se asoma al mundo y solo encuentra desastres. En México, El Salvador y Colombia, por ejemplo. Y si mira hacia la casa, el panorama no es más alentador.

Otro escrito de esta autora: Nicaragua: "quedarte no te hace más valiente, ni huir es cobardía"»

A mí la expresión y el tono de voz del diputado del partido Yatama, Brooklyn Rivera, diciendo por qué votó a favor de la reelección del magistrado sancionado Lumberto Campbell, me hizo recordar la frase de la Divina Comedia que Dante ve escrita en el dintel de la puerta que dirige hacia el infierno: “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”.

Ante todo esto a veces opto por navegar hacia mis recuerdos. Hace unos años me fui de vacaciones a Cuba. Era mi primer viaje sin mi familia. Me hospedé en el Edificio Focsa de La Habana, una de las siete maravillas de la ingeniería cubana. Una mariposa de concreto con las alas abiertas hacia el mar. Ahí experimenté el instante en el que me escondo cuando me siento sola, triste, abatida o harta de que llueva sobre mojado.

Un rincón para escapar

Eran los primeros días de mayo y los rayos del sol entraban por mi ventana en el piso 28 del “Folsa”. Me levanté de la cama, vi hacia afuera y la belleza me sacudió. El cielo celeste con nubes blancas era un espectáculo de luz y debajo el azul del Océano Atlántico se extendía en el horizonte dándome la sensación de no tener fin. El Hotel Nacional, inaugurado en 1930, se alzaba reluciente, como si fuera nuevo.

El malecón eternamente húmedo me invitaba a recorrerlo y los vehículos de colores, estacionados o avanzando por las calles, lucían como carritos de juguete. Un crucero que parecía un tubo de pasta de dientes tamaño jumbo se dirigía al puerto de La Habana. Tomé una foto. Quería contemplarla meses o años después y saber que en ese momento y en ese lugar había sido feliz.

La autora también escribió: Abril: el incendio que todavía no se apaga»

Una semana después volví a Nicaragua. A la vida real. De esas vacaciones atesoro las fotografías y videos, un cuadro con un afiche del concierto que los Rolling Stones dieron en la capital cubana el 25 de marzo de 2016 y un par de imanes pegados en la refrigeradora.

Pero también conservo un refugio que es solo mío. Un punto en mi mente al que puedo trasladarme incluso sin cerrar los ojos. Y una certeza: aunque las desgracias se amontonen unas sobre otras, cada quien posee en su fondo profundo un rincón al que escapar, un oasis particular, un parpadeo del tiempo al que regresar. Y doy gracias a Dios por eso. Porque desde aquella mañana sé que pase lo que pase, siempre me quedará La Habana.

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